Los tiempos cambian, para bien o para
mal. Una cosa es creer que todo irá a mejor y otra muy distinta es
crecimiento económico, progreso tecnológico, etc. Si todos ponemos
de nuestra parte y, simplemente nos llevamos bien, somos empáticos,
críticos, creativos... todo irá a mejor; si por el contrario
buscamos “tener más, crecer más, poseer más...” creceremos a
lo ancho -engordaremos- pero no a lo alto, como los niños. Lo
anteriormente dicho lo sabemos desde Confucio. En estos días he
paseado por los campos de olivos de mi patria chica, mi nicho
ecológíco, donde me crié -en la que tan agustito me encuentro
últimamente- y he recordado cuando trabajaba en la recogida de la
aceituna.
Creo que mi primer jornal fue verdeando
-recogiendo la aceituna de mesa- por olivares ponteños (Puente
Genil, Córdoba). Recuerdo los días de frío y los de calor. Las
jornadas de sol a sol y los “arremates” (comidas al final de la
cosecha). Pero sobre todo, recuerdo lo que se hablaba en el campo
mientras se recogían las olivas. Sí, se hablaba y lo más
importante: se escuchaba lo que se decia. Era bueno hablar, se pasaba
el tiempo más rápido. De lo que se hablara... no importaba mucho, a
veces se decían tonterías, a veces verdades, etc. Eso sí, lo que
se hablaba en el campo se callaba en el pueblo, no vaya a ser que
metamos la pata.
Por entonces lo primero que me
enseñaron y aprendí fue a “trabajar”. Daba igual las aceitunas
que cogiera por minuto, lo importante era que el manijero (capataz)
me viera mover las manos, y rápido. De poco importaba los
conocimientos oleicos que tuviera, pero sí la empatía con los
compañeros de bandada, la sumisión hacia el trabajo -que no hacia
el patrón-, etc... eso era trabajar: agachar la cabeza y a coger
aceituna y, hablar puedes hablar, pero sin parar de mover las manos.
Con el tiempo he comprendido que para trabajar en el campo o
aceptabas esas reglas o podías correr el riesgo que te dijese el
manijero algo como: - mañana no eches la comida- Lo que era lo mismo
que un “quedas despedido”, en la ciudad.
Paseando por los olivares de Casariche
han venido a mi mente tantas y tantas peonadas... Es curioso, si
recoger aceituna es un trabajo tan mecánico, como es posible que
recuerde tantas jornadas como diferentes. ¿Será por los distintos
lugares en los que he trabajado, desde las lomas de Benamejí, hasta
los repechos Antequeranas? ¿O será por las personas que trabajaban
conmigo y las cosas que se decían y se contaban? ¿O por todo a la
vez? Lo cierto es que los tiempos han cambiado -para bien o para mal,
repito- y ahora en las bancadas no se puede hablar por que no se
puede escuchar; de que sirve hablar si nadie te oye.
La maquinaria que se utiliza en
nuestros días para la recogida de la aceituna, para rentabilizar el
proceso de recogida de aceituna -que no para hacer más fácil y
cómodo el trabajo al jornalero, todo sea dicho- hace tanto ruido que
ensordece, desorienta; aturde, atolondra; molesta, mortifica y cansa.
Y no deja escuchar el viento, los pájaros, el arrastrar de los
fardos, las mujeres y los hombres hablar, el sonido de las cadenillas
de banco de hierro gorpearlo al moverlo de sitio. Ya no se escucha el
“tracatrá” de las aceitunas caer sobre el faldo. El sonido de
palillos acariciando hábilmente las ramas de los centenarios olivum,
ha pasado a las historia del campo andaluz. Antes, el “trastor”
nada más se movía de sitio cuando la cuadrílla abandonaba el tajo.
Ahora sólo ruido: Quags, brazos vibradores, etc. En mi opinión, los
tiempos cambian para mal, hablo desde el punto de vista del
jornalero. Si tuviera una finca de olivos... pensaría lo contrario,
creo yo.