Los bandoleros eran personajes
románticos, de esos que ya no hay. Iban armados y se dedicaban a robar
asaltando por sorpresa a acaudalados viajantes, antes del tren viajar era de
ricos. Asaltar caminos fue el deporte estrella de los colegas. Se organizaban, aprovechaban los lugares más despoblados para
perpetrar sus fechorías. Engañaban,
estafaban… Eran fugitivos de la justicia por bando, las autoridades mandaban
órdenes de búsqueda y captura de todo aquel que se dedicara a tan malvada
actividad, con ánimo de lucro, molestando al clero y la nobleza (este era el
colectivo diana para los proscritos). Pero eran románticos, y lo eran por dos
cosas: porque robaban al rico para dar lo robado a los pobres y porque ligaban
mucho, o al menos eso cuentan nuestros mayores. Los bandoleros robaban
empujados por cuestiones de miseria e injusticia, no quedaba más remedio, y lo
hacían provistos de gran habilidad mental y física, y por eso ligaban. En nuestros
días no hay bandoleros, o al menos no salen en los periódicos. Quienes ahora se dedican al pillaje y “asaltar
caminos en lugares despoblados” (donde nadie los ve, en el lado virtual de la
ley), roban a los pobres (a veces hasta lo que no tienen) para dárselo a los
ricos o roban a los ricos para dárselo a otros ricos, o para quedárselo todito
ellos y punto. No ligan porque se les nota en la cara y carecen del encanto
suficiente, tanto ellos como ellas, para gustar al público. Les falta habilidad
física, se ve, aunque se hayan dedicado al deporte profesional, a la caza o al
esquí. Al parecer carecen de habilidades
mentales básicas: son otros los que hacen el trabajo sucio por ellos y se
mueven por instintos básicos peligrosos para la comunidad, como son la codicia,
el egoísmo, etc. Los bandoleros románticos
no tenían esas cosas, eran más sociales.
Procuraban el bien ajeno, o lo que es lo mismo: ¡eran altruistas! Practicaban
una forma “brava” de hacer un reparto equitativo de riquezas. Trabajaban en
grupo y bien organizados: compañerismo, lealtad, reparto de tareas, planificación
del trabajo etc. Creían en todo ello y no dudaban en imponer su ley: la justicia. En resumen: los unos nos
“robaban, nos roban los corazones”, los de ahora “los estómagos”.