jueves, 25 de febrero de 2010

Consmovisión. El mundo según los Mayas.

Nuevos templos, nuevos dioses, nuevas creencias.

En el texto del sociólogo de origen vienés Peter Ludwig Berger, plantea que “ha surgido un problema de significatividad…”. Con este enunciado introduce varias ideas sobre nuestra sociedad contemporánea y su relación con la religión –en nuestro caso la católica.

En primer lugar, dentro de nuestra sociedad moderna e industrial la vida religiosa queda excluida, secularizada, y relegada al ámbito de lo privado, un fenómeno privado según el autor. Las nuevas estructuras del actual sistema han reciclado las de la tradición religiosa que son funcionales y relevantes en los ámbitos político y económico, dejando lo “privado”, fuera (en otra “esfera”).

En segundo lugar, Berger nos explica como la religión se ha desmonopolizado y ha entrado en la dinámica de la economía de mercado transformada en “artículo de consumo”; además de conducir a una situación “pluralista”. En este sentido, la religión ha perdido el papel tradicional de protección y legitimación dentro de la sociedad. Por otra parte, el mundo religioso aparece en nuestra realidad “en la medida en que subsiste su adecuada estructura de plausibilidad”, comenta el autor.

Así pues, partimos de un problema: hay variedad de opiniones sobre lo que suele entenderse por sentido común, lo que parece posible, obvio, elemental, etc. La religiosidad antes de la industrialización legitimaba el mundo y, como dice el autor, “las tradiciones religiosas perdieron su carácter de símbolos bóveda protectoras de la sociedad”. Este papel la religiosidad lo ha perdido en lo público, el poder político y económico, y sigue vigente en lo privado con diferentes formas, opiniones o “sentimientos” de entender el “sentir” religioso. La “preferencia religiosa” de cada uno, en el conjunto de la sociedad, crea una pluralidad de opiniones y a su vez un problema de significados, de “significatividad”. La religiosidad de cada uno queda para aquello que uno entienda por religión, por decirlo de alguna forma.

En nuestra sociedad de consumo, las normas, valores y creencias las dicta la economía de mercado; la tradición religiosa con las suyas ha quedado relegada a lo privado. El poder económico y el político han creado su propia bóveda protectora que cumple la función como la religiosa. Por otra parte, lo que queda sin “atender” es asumido en lo privado por cada uno. En este sentido, la religión como “organizaciones de venta, genera “productos” que ofrece a sus feligreses dentro de una lógica de economía de mercado vigente.

En mi opinión, en la sociedad contemporánea, la industrialización, la economía de mercado, el consumo, etc., ha creado un nuevo conjunto de normas, valores, creencias , nuevos lugares de cultos (superficies comerciales)… que se han legitimado en lo público y que en lo privado dejan que la religiosidad individual o preferencia religiosa se realice libremente.

El mundo religioso, la realidad religiosa del que tenemos conciencia a nivel colectivo presenta diversas opiniones respecto a lo que para cada individuo representa el concepto de religión. A mi parecer, esta variedad de significados de un mismo concepto genera una especie de “propiedad privada” que al ser una “opinión personal” deja de ser compartida con los demás y la religión llega a ser más privada que pública (de propiedad colectiva).

lunes, 22 de febrero de 2010

Necesidades. El mercado de trabajo y de consumo.

Una visión de la sociedad occidental contemporánea. El valor y el signo.

De un fragmento del libro de Jean Baudrillard, "Crítica de la economía política del signo", de 1974. En éste, el autor profundiza en el concepto de “valor-signo” (signo y símbolo), el significado connotativo que tiene un objeto a parte del uso o valor económico en el mercado, opuesto al de “valor de uso” y “valor de cambio” propuesto por Karls Marx. Baudrillard estudió filología alemana en Francia y realizo traducciones de Marx entre otros autores clásicos. El libro es, en definitiva, un análisis del sistema capitalista, del comercio y mercado, así como de los modos de intercambio.

El tema del texto ronda alrededor de las necesidades humanas (primarias vs. Secundarias) y un análisis de la sociedad contemporánea de consumo. Para el autor no hay necesidades básicas o primarias – recordemos la “Pirámide de Abraham Maslow-, las necesidades son fruto del sistema, la sociedad de consumo, porque las crea el mismo sistema para su funcionamiento. En este orden de cosas, el autor nos habla de la libertad del trabajador –un elemento más del sistema- como una libertad condicionada. La libertad del trabajador es la de trabajar y la libertad del consumidor es consumir. Quienes están fuera del sistema de consumo, por las circunstancias que sea, están excluidos de la sociedad en un sentido más amplio. Tanto el trabajador como el consumidor se encuentran alineados en la sociedad de consumo y se podría decir que éstos como miembros de la sociedad están alineados en el tiempo del trabajo y en el tiempo de ocio.

Una de las ideas que se aprecian en el texto, son las tramas sociales que explican el excedente que provoca la creación de nuevas necesidades. Si en el sistema de producción algo sobra, se introduce en el mercado con un nuevo significado, una necesidad “social” que “coacciona” al consumidor, le incita a necesitar ese algo imperiosamente. Por otra parte, Baudrillard comenta el concepto de “mínimo vital antropológico”, o lo que es lo mismo, un necesidad funcional. Otra idea del autor es que hay alineación en el conjunto del consumo, desde las formas de consumo más simples a las más complejas. Lo que está relacionado con la tesis del autor en la que defiende a que no hay necesidades “básicas” en el sentido de la teoría de la pirámide de necesidades de Maslow. Es decir, las producciones y consumos no están orientados a satisfacer necesidades de tipo funcional. En este sentido se podría decir que el sistema está encaminado a producir carencias más que eliminarlas. Crea una serie de necesidades que han de ser satisfechas lo que origina, cuando esto último no es posible, una carencia. El autor explica que la carencia no es material sino significativa. Además, implica poder. Lo material es un reflejo simbólico de una posición de poder. La abundancia y el lujo son significativos en nuestra sociedad y se accede a ello a través del poder.

Como se puede observar, la tesis de Baudrillar (no hay necesidades básicas, son fruto del sistema…) se contrapone a teorías como la de la pirámide de Maslow, o planteamientos economicistas, para los que el ser humano vine al mundo para satisfacer las necesidades básicas o primarias: alimentación, sexo, afectividad, etc. Llegados a este punto podemos plantear: ¿qué es lo fundamental en el intercambio? Los vínculos que se establecen entre los elementos del sistema de la sociedad de consumo o el objeto de intercambio con unas connotaciones añadidas a su valor de uso y de comercio. El objeto acaba siendo lo fundamental según el planteamiento de Baudrillar. Lo social transciende al objeto y esté se convierte en algo más que un valor funcional y un precio en el mercado. Se convierte en un signo y un símbolo que responden o se ponen en relación a una necesidad más o menos “básica”. Un ejemplo de esto: según Néstor García Canclini
(“Laberintos de sentido”, Diferentes, desiguales y desconectados, Barcelona, Editorial Gedisa, 2004, pp. 30-34). Si consideramos un refrigerador, tiene un valor de uso (preservar los alimentos, enfriarlos) y un valor de cambio, un precio en el mercado, equivalente al de otros bienes o al costo de cierto trabajo. Además, el refrigerador tiene un valor signo, o sea el conjunto de connotaciones, de implicaciones simb6licas, que van asociadas a ese objeto. No es lo mismo un refrigerador importado que otro nacional, con diseño simple o sofisticado. Todos esos elementos significantes no contribuyen a que enfríe más o preserve mejor los alimentos, no tienen que ver con el valor de uso; si con el valor de cambio porque agregan otros valores que no son los de uso. Remiten a los valores signos asociados a este objeto. Esto es algo familiar para los que estamos habituados a ver mensajes publicitarios que trabajan precisamente sobre este nivel de la connotaci6n, que nos cuentan historias sobre los objetos poco relacionadas con sus usos prácticos.

Por otra parte este cúmulo o sobrante de necesidades se inserta o crea tramas sociales de significación en las que se ven inmersos los consumidores (compradores-trabajadores). La clasificación de Baudrillar de cuatro tipos de valor nos permite relacionar lo socioeconómico y lo cultural. El valor de uso y de cambio son socioeconómica; el valor de signo y símbolo corresponden con lo cultural (procesos de significación).

De modo que, el individuo se ve inmerso en una trama socioeconómica que le incita a satisfacer unas necesidades o darse cuenta de unas determinadas carencias que son el fruto de otra trama cultural, cargada de significación, que mueve “por inducción” la anterior. Y por supuesto es el trabajador-consumidor (uno en el tiempo laboral, el otro en el tiempo de ocio) es quien asimila, interioriza y naturaliza la “cultura de consumo”. Lo que provoca que la libertad de éste quede de algún modo anulada por el sistema o como dice el autor del texto coaccionada; Baudrillar al final del texto, nos habla de la coacción de necesidades, coacción de consumo. El individuo no está obligado pero sólo tiene libertad para consumir. El individuo elije un puesto de trabajo en función de sus “necesidades simbólicas” en una libertad dentro de un mercado de trabajo. En definitiva, dentro de un sistema socioeconómico y cultural que le da libertad coaccionada.

Desde el punto de vista de Baudrillar el individuo es un elemento en un doble sentido. Por un lado ejerce el papel de asalariado dentro de un mercado de trabajo pero sin tener la libertad de vender su fuerza de trabajo dentro del sistema capitalista. Por otro, es consumidor con libertad para consumir, pero para pocas cosas más. Esta perspectiva se identifica con los paradigmas surgidos a partir de los años sesenta que cuestionan el sistema capitalista, en cierta forma el socialista también, y llevan a posturas más radicales o antisistema. Es evidente que el sistema capitalista se basa en la economía de mercado y que la “creación de riqueza” dentro de una organización política democrática que busca la protección y el bienestar del individuo. Pero ese enriquecimiento no implica que no haya pobreza; la democracia tampoco que haya una seguridad y bienestar para todos. La cultura en la sociedad precapitalista se ha mantenido en unas tradiciones y estilos de vida, ha reciclado otras para “acoger” al sistema capitalista. La función que desempeña la cultura en nuestra sociedad de consumo (capitalista) parece más clara después de leer el fragmento de Baudrillar. A mi parecer, producir signos y símbolos, necesidades y/o carencias.


Referencias bibliográficas:


- Jean Baudrillard, "Crítica de la economía política del signo", de 1974.
- http://www.infoamerica.org/teoria/garcia_canclini1.htm.
- http://www.psicologia-online.com/ebooks/personalidad/maslow.htm.
- Néstor García Canclini. “Laberintos de sentido”, Diferentes, desiguales y desconectados, Barcelona, Editorial Gedisa, 2004, pp. 30-34.






.

viernes, 19 de febrero de 2010

Democrácia y Facebook.


“Facebook ha anunciado planes de construir en Oregón su propio y enorme centro de datos, al cual (aquí viene lo malo) proveerá de energía mediante una cercana central térmica de carbón. Eso significa que si eres uno de los cientos de millones de personas que usan esta red social (¿y quién no?), en cierto modo serás cómplice – involuntariamente – de la liberación de toneladas de CO2. Si, ya se que esta afirmación es completamente injusta, puesto que vosotros no decidís la política energética de la empresa, pero un poco de información nunca viene mal ¿verdad?”

Acabo de leer esta entrada en el siguiente blog: http://www.maikelnai.es/. La noticia a la que se refiere su autor me ha recordado una clase de Didáctica de las Ciencias Sociales de la Diplomatura de Magisterio que cursé un par de años atrás. En ésta el profesor, de cuyo nombre no me acuerdo y no porque no quiera acordarme, nos comentó el por qué no se democratizaban las multinacionales y empresas privadas.

Vivimos en un mundo en el que la democracia es una organización social ideal. Es justa, en la que participan los ciudadanos y en la que nos sentimos libre y con derechos, también tenemos nuestros deberes. Esta espontánea definición de democracia me está resultando ingenua y casi cínica, pero me ha salido de sopetón y la verdad no me apetece consultar las oficiales y o académicas por si acaso resulten más frívolas. Bromas a parte, me parece una buena idea eso que comentaba el profesor de CCSS. Que si votamos a nuestros representantes en el parlamento y esas cosas, por qué no a los directivos de Coca Cola o, como viene a cuento, a los del Facebook ese que tanto nos gusta. Y por eso mismo que nos importa y forma parte de nuestra vida de ciudadanos tenemos que ser participes de las decisiones directivas que se tomen.

No sé si me explico bien, al menos lo intento. Con un ejemplo más cercano la cosa queda más coherente. Si yo trabajo en una empresa y me dicen que la democracia queda de rebate para afuera, yo no tengo más que asumir el poder establecido. Esto es, la dictadura del empresario, de los accionistas, de quien sea. Eso quiere decir que a callarse y a cumplir, que para eso te pagan. En el caso de que dicha empresa fuera una organización democrática, todos los elementos o empleados del sistema de producción podrían por ejemplo botar al presidente de la corporación, o en un referéndum si hay un expediente de regulación de empleo, o si queda mejor de color rosa la fachada con el logotipo de la empresa. Todas esas cosas, tan oscuras y tan por debajo del tapete, que los empleados solo nos enteramos cuando ya no hay ni huelga que las haga dar marcha atrás, serían más transparentes y la relación trabajador-producto final, más estrecha.

Parece tan fácil, pero no lo es. La realidad es que el poder económico de la sociedad del mercado de consumo y del conocimiento y la información, tiene eso, el suficiente poder como para reírse de la democracia y todo lo que suene a participación, a construcción de conocimiento compartido, a trabajo cooperativo, etc. Los magnates de las grandes multinacionales lo tienen claro: aquí el que manda soy yo, y yo el que me llevo el dinero y la democracia, el estado de derecho es un estorbo, los impuestos y esas cosas un chino en el zapato.

Pues nada, a seguir como estamos, a ver como Facebook contamina y como los consumidores, que también somos elementos empleados de la compañía apoyamos con nuestra incondicionada cegata la central térmica de carbón -que arcaico me parece, carbón- que suministrará energía al centro de datos -nuestras fotos- en Oregón. Bueno al menos no esta en Cazalla de la Sierra. Consuelo, el problema queda lejos, es de otros.

"Información, ciencia, sabiduría"


“Información,ciencia, sabiduría".

El artículo “Información, ciencia, sabiduría”, motivo de este comentario, fue publicado en el diario El País en enero de 2004 y escrito por el Catedrático en Sociología, Universidad Complutense, Emilio Lamo de Espinosa.

Según el señor Lamo de Espinosa, vivimos en un mundo de información y de conocimientos crecientes, pero con la misma sabiduría de hace tres mil años, según sus propias palabras. En nuestra sociedad, la información crece exponencialmente y se produce conocimiento a un ritmo que la sabiduría no alcanza. Lo cual representa un problema según el autor.

La información son datos, nos dice lo que es y cómo es. El conocimiento es un saber que, a partir de la información –combinando inducción y deducción- nos dice lo que podemos hacer. Es un depósito de teorías y modelos del mundo. El conocimiento necesita información y lo importante es discriminar la información relevante. El conocimiento científico tiene límites: los valores, la ciencia se ha construido eliminando valores (“la muerte de Dios”). La sabiduría trata de enseñarnos a vivir y nos muestra, de entre todo lo que podemos hacer, lo que merece ser hecho, afirma De Espinosa. Más adelante, el autor plantea tres preguntas: ¿qué hay?; ¿qué puedo hacer?; ¿qué debo hacer? La primera responde a la información, la segunda al conocimiento y la tercera hace referencia a la sabiduría.

Según el autor, aunque el planteamiento anterior sobre la relación entre información, conocimiento y sabiduría parezca claro, encuentra un inconveniente: los distintos ritmos de desarrollo. La información crece enormemente cada trimestre y se produce conocimiento, a partir de la información, cada 15 años. Sin embargo la sabiduría de que disponemos no es hoy mucho mayor de la que tenían conocidos miembros del pensamiento clásico como Confucio, Sócrates, Buda o Jesús; afirma De Espinosa. Mientras que la ciencia ha construido su conocimiento sobre viejas teorías desmontadas y olvidadas, la sabiduría de nuestros viejos textos morales permanece como una estática y actual referencia. Y por si esto fuera poco la ciencia es considerada como la única forma de saber válido, cuando la ciencia ciertamente carece de sabiduría.
Una vez llegados a este punto, el señor De Espinosa, nos presenta la paradoja de que cada vez sabemos más qué podemos hacer, pero sabemos menos qué debemos hacer; y aclara, pues incluso la poca sabiduría que disponemos la menospreciamos. Lo cual nos lleva a una ciencia sin finalidad ni objetivo. Para aclarar el asunto, si cabe, el autor nos propone un ejemplo: sabemos que podemos clonar seres humanos pero, ¿cuándo y por qué es razonable hacerlo? Así pues, el problema, a modo de conclusión, es que no somos capaces de producir sabiduría, al menos al ritmo que producimos conocimiento.

El autor nos presenta tres conceptos que tienen una relación de dependencia o estar jerarquizados. En un principio tenemos la información en grandes cantidades y que precisa una criba, discriminar su relevancia. Con esa información se construye el conocimiento, pero éste a su vez, precisa de la sabiduría para saber qué debemos hacer con él. El problema planteado es que mientras el conocimiento científico se ha producido y se produce sobre anticuados viejos paradigmas, la sabiduría es hoy en día la misma que hace dos mil años.
En mi opinión, la sabiduría es una especie de conocimiento socialmente construido y compartido por todos pero a la vez propio de cada uno de nosotros. Cada persona, independientemente de su saber académico, construye su sabiduría en base a la recibida por sus antepasados y la cultura en la que se desarrolla y, motivada por sus experiencias. El saber académico, la ciencia, nos dice lo que podemos hacer y cómo hacerlo; luego, lo que realmente debemos hacer es cosa de la sabiduría. Parece ser, según De Espinosa, que seguimos los valores y propuestas morales de hace dos mil años y que poco han evolucionado. Da la impresión de que ha habido y hay demasiados científicos y pocos –bastante menos- sabios. Quizás el hombre se ha preocupado más de la tecnología que de los valores. Esto nos ha llevado a que en nuestros días tengamos la posibilidad de hacer cosas pero no sepamos si debemos hacerlas. Una parte de la ciencia dice que sí, si se puede hacer debe hacerse. Pero, ¿tiene la ciencia sabiduría para hacerlo?
Es evidente que desde que el hombre es hombre –y mujer también- el fin ha justificado los medios (Maquiavelismo). Creo que de seguir así seguiremos teniendo a Jesús, Buda y Confucio, entre otros, como la sabiduría de referencia. El problema a mi parecer, radica en la educación. “Estamos educando a tecnólogos y no a ciudadanos” (Punset E.) . Todos vivimos en el mismo mundo, nos desarrollamos con las mismas necesidades, y en nuestra lucha por la supervivencia producimos nuestra propia sabiduría que es a su vez compartida con nuestros contemporáneos y herencia cultural de nuestros antepasados.

La cuestión es que si somos capaces de producir tecnología, desarrollar un conocimiento científico, ¿por qué nos ha resultado tan difícil producir sabiduría en la misma proporción que conocimiento? La respuesta a mi parecer es que, nos hemos preocupado demasiado en crear herramientas que nos permita la subsistencia. Transmitimos a nuestros hijos el conocimiento y los educamos para que lo desarrollen y por otro lado les hacemos herederos de la sabiduría pero no les mostramos como producirla. Quizás porque nosotros mismos no sabemos cómo producir sabiduría.
El valor de la a una información desde el poder y la ciencia “politicamente correcta” son la nota predominante en nuestra sociedad. El poder es el que produce la información yu es el que da valor a una información más que a otra. La ciencia funciona con pruevas, ensayos y errores. La información es una forma de poder (Foucault M.). La ciencia es una forma de verdad universal. La sabiduría queda relegada a un plano subjetivo y ancestral dificil de cuestionar, y por lo tanto dificil de crear y producir.

El futuro de la sabiduría pasa por cuestionar cómo podemos producirla y utilizarla de forma eficaz. Ser capaces de saber ante cualquier problema qué debemos hacer.