martes, 18 de octubre de 2011

Máquina vareadora.


Los tiempos cambian, para bien o para mal. Una cosa es creer que todo irá a mejor y otra muy distinta es crecimiento económico, progreso tecnológico, etc. Si todos ponemos de nuestra parte y, simplemente nos llevamos bien, somos empáticos, críticos, creativos... todo irá a mejor; si por el contrario buscamos “tener más, crecer más, poseer más...” creceremos a lo ancho -engordaremos- pero no a lo alto, como los niños. Lo anteriormente dicho lo sabemos desde Confucio. En estos días he paseado por los campos de olivos de mi patria chica, mi nicho ecológíco, donde me crié -en la que tan agustito me encuentro últimamente- y he recordado cuando trabajaba en la recogida de la aceituna.

Creo que mi primer jornal fue verdeando -recogiendo la aceituna de mesa- por olivares ponteños (Puente Genil, Córdoba). Recuerdo los días de frío y los de calor. Las jornadas de sol a sol y los “arremates” (comidas al final de la cosecha). Pero sobre todo, recuerdo lo que se hablaba en el campo mientras se recogían las olivas. Sí, se hablaba y lo más importante: se escuchaba lo que se decia. Era bueno hablar, se pasaba el tiempo más rápido. De lo que se hablara... no importaba mucho, a veces se decían tonterías, a veces verdades, etc. Eso sí, lo que se hablaba en el campo se callaba en el pueblo, no vaya a ser que metamos la pata.

Por entonces lo primero que me enseñaron y aprendí fue a “trabajar”. Daba igual las aceitunas que cogiera por minuto, lo importante era que el manijero (capataz) me viera mover las manos, y rápido. De poco importaba los conocimientos oleicos que tuviera, pero sí la empatía con los compañeros de bandada, la sumisión hacia el trabajo -que no hacia el patrón-, etc... eso era trabajar: agachar la cabeza y a coger aceituna y, hablar puedes hablar, pero sin parar de mover las manos. Con el tiempo he comprendido que para trabajar en el campo o aceptabas esas reglas o podías correr el riesgo que te dijese el manijero algo como: - mañana no eches la comida- Lo que era lo mismo que un “quedas despedido”, en la ciudad.

Paseando por los olivares de Casariche han venido a mi mente tantas y tantas peonadas... Es curioso, si recoger aceituna es un trabajo tan mecánico, como es posible que recuerde tantas jornadas como diferentes. ¿Será por los distintos lugares en los que he trabajado, desde las lomas de Benamejí, hasta los repechos Antequeranas? ¿O será por las personas que trabajaban conmigo y las cosas que se decían y se contaban? ¿O por todo a la vez? Lo cierto es que los tiempos han cambiado -para bien o para mal, repito- y ahora en las bancadas no se puede hablar por que no se puede escuchar; de que sirve hablar si nadie te oye.

La maquinaria que se utiliza en nuestros días para la recogida de la aceituna, para rentabilizar el proceso de recogida de aceituna -que no para hacer más fácil y cómodo el trabajo al jornalero, todo sea dicho- hace tanto ruido que ensordece, desorienta; aturde, atolondra; molesta, mortifica y cansa. Y no deja escuchar el viento, los pájaros, el arrastrar de los fardos, las mujeres y los hombres hablar, el sonido de las cadenillas de banco de hierro gorpearlo al moverlo de sitio. Ya no se escucha el “tracatrá” de las aceitunas caer sobre el faldo. El sonido de palillos acariciando hábilmente las ramas de los centenarios olivum, ha pasado a las historia del campo andaluz. Antes, el “trastor” nada más se movía de sitio cuando la cuadrílla abandonaba el tajo. Ahora sólo ruido: Quags, brazos vibradores, etc. En mi opinión, los tiempos cambian para mal, hablo desde el punto de vista del jornalero. Si tuviera una finca de olivos... pensaría lo contrario, creo yo.



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